domingo, 8 de enero de 2017

El turno a ética

Bueno pues vamos a ello, en esta ocasión podría haber elegido a Aristóteles, pero como el año pasado no lo estudie, pues voy a ver si puedo aprobar una carrera de filosofía son prepararme al padre de esta. Toca Kant.
Este tío mola, se nota que nos llevamos 200 años en lugar de 2300.


“Si, pues, ha de haber un principio práctico supremo y un imperativo categórico con respecto a la voluntad humana, habrá de ser tal, que de la representación de lo que es fin para todos necesariamente, porque es fin en sí mismo, constituya un principio objetivo de la voluntad y, por lo tanto, pueda servir de ley práctica universal. El fundamento de este principio es: la naturaleza racional existe como fin en sí mismo”

Para comenzar esta lectura creo conveniente mostrar el orden de mi exposición en la resolución de la presente prueba. Así, empezaré contextualizando al autor y su pensamiento en el marco histórico-social de su época. Siguiendo por la estructura argumentativa del texto relacionando el contenido del mismo con el pensamiento del autor y exponer sistemáticamente sus líneas principales. Concluiré el comentario mostrando las repercusiones y la vigencia actual del pensamiento Kantiano. 

Kant partió del conocimiento científico tal como había sido establecido por Newton, y en este marco planteó su proyecto de crítica de la razón pura. Newton (1642-1727), en su obra Philosophiae principia mathematica, había significado la culminación de la revolución científica que se inició en el siglo XVI. Él había concebido esta razón en el método experimental, como un proceso mental que se basa en la observación, puesto que las hipótesis han de ser halladas por inducción y la investigación nos conduce hacia verdades consideradas provisionalmente verdaderas. Sus precursores fueron Copérnico, Giordano Bruno, Brahe, Kepler y Galileo, los cuales lograron imponer un universo heliocéntrico, uniforme y sin el límite de las estrellas fijas. 

Los filósofos más representativos de los siglos XVII y XVIII fueron los racionalistas y los empiristas. Estos últimos estuvieron muy próximos a los filósofos ilustrados franceses y ejercieron una gran influencia en la filosofía de Kant. La filosofía Kantiana supuso la asimilación y la superación de ambos. Así mientras que los racionalistas, Descartes, Spinoza y Leibniz, defendían que el modelo matemático era válido para todo conocimiento, pues buscaban la certeza; los empiristas, Locke, Berkeley y Hume, decían que sólo conocemos la realidad por las sensaciones. Hume al plantear la crítica a los conceptos metafísicos consiguió hacer despertar a Kant de «su sueño dogmático», el racionalismo. 

Pues bien, desde todas estas bases, Kant intento en el XVIII elaborar una antropología ¿Qué es el hombre? Desde un análisis, de lo que a su juicio, son las tres facultades del ser humano: 
Entendimiento, ¿Qué puedo conocer? 
Voluntad, ¿Qué debo hacer? 
Sentimiento, ¿Qué me cabe esperar? 

Este análisis lo llevará a cabo en numerosas obras como Crítica de la Razón Pura (1781), Fundamentación metafísica de las costumbres (1785), Crítica de la Razón Práctica (1788), Crítica del Juicio (1790), Lo bello y lo sublime (1764) o Idea de una historia universal en sentido cosmopolita (1784).

El texto que nos ocupa condensa plenamente la propuesta ética de Kant. Se trata de una teoría de carácter formal, necesaria, autónoma y a priori, que únicamente determina cuál es la forma a la que se deben ajustar las normas de conducta que elige el ser humano.

Porque la razón práctica es la razón orientada a dirigir la voluntad (“principio objetivo de la voluntad”). A diferencia del uso teórico de la razón, que se concreta en juicios, la razón práctica produce imperativos, que responden a la pregunta: ¿Qué debo hacer? En la Crítica de la Razón Práctica, Kant denomina máximas de conducta a las normas individuales de comportamiento que cada persona debe elegir por sí misma. Aunque el individuo es autónomo para escoger sus propias máximas, estas reglas de conducta deben cumplir un requisito formal muy importante, porque deben respetar el imperativo categórico. Se trata de un requisito formal porque este mandato no dice cuáles han de ser estas máximas, sino que únicamente establece como deben elaborarse.

Es cierto que aunque el imperativo categórico es uno solo, Kant propone varias maneras de formularlo. La más clara versa como: “actúa sólo según una máxima que puedas querer que se convierta en ley universal”; esta formulación exige que las máximas de conducta que se elijan deben poder ser siempre universalizables. 

Una segunda manera de recoger el imperativo categórico es la que hace hincapié en la importancia de respetar la dignidad de la persona; es decir: “actúa siempre de manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. En este caso, lo que impone el imperativo categórico es que las máximas de conducta han de tratar a la totalidad de las personas como un fin en sí mismo, y no como instrumentos a los servicios de intereses particulares o singulares.

Es evidente que esta segunda propuesta es equivalente a la primera, pero le sirve a Kant para mostrar la importancia del reino de los fines. Este reino de los fines es para nuestro autor la sociedad ideal, en la que todas las personas se respetan mutuamente y en la que todos se tratan y son considerados como fines en sí mismos, y no como medios o instrumentos.

De ahí que derive Kant en una tercera concreción del imperativo categórico “actúa como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”. Proponiendo, por tanto, que la elección de las máximas ha de hacerse desde la clave de considerarse a uno mismo como legislador; lo que supone comprender a todo ser humano como un ser responsable y garante de todas las personas, para que se respeten entre sí como fines. Es decir, todo ser humano debe actuar como partícipe de un reino de los fines; en el que se tratan unos a otros según máximas racionales aceptadas por todos, y esa es “la naturaleza racional -que- existe como fin en sí mismo”. 

Ante esta obligación de ajustar todas las normas particulares al imperativo categórico, se entiende la propuesta kantiana como una ética del deber. Lo que aclara que Kant no preste interés por las consecuencias que puedan presentar los comportamientos de un sujeto. Ya que el proyecto kantiano es deontológico y no consecuencialista, porque considera que lo importante en el campo de la ética son las intenciones, que deben reflejarse en máximas de conducta universalizables que respeten siempre la dignidad de las personas. El agente moral es sólo responsable de las reglas de conducta que elige, puesto que las establece él mismo de manera autónoma, y no de las consecuencias que puedan tener nuestras decisiones y/o acciones, ya que lo que pueda suceder escapa siempre al control del sujeto por posible y resultante de otros posibles múltiples factores. Por ello, a juicio de Kant, el terreno de la ética debe limitarse al campo de la voluntad, que ha de respetar siempre el imperativo categórico.

Para concluir este comentario, mostrar brevemente, las influencias y vigencia actual del pensamiento kantiano.

En cuanto a las repercusiones de su pensamiento, el idealismo absoluto de Hegel recogió la dualidad de fenómeno y noúmeno superándola en la síntesis, junto la idea de la razón práctica de un desarrollo hacia la realización de la libertad. 

El materialismo histórico de Marx, que partía de la existencia alienada del ser humano, también concibió la historia como un proceso de realización humana. Por otra parte, el positivismo de Comte recoge la crítica de Kant a la metafísica, pero excluye la función liberadora que Kant le dio, quedándose con el conocimiento positivo o científico como único válido. 

Es posible reconocer en la voluntad, que constituye la esencia de la vida en Schopenhauer primero y, después, en Nietzsche, el poder de determinación que Kant le atribuyó en la razón práctica. A finales del siglo XIX, las escuelas neokantianas propusieron una vuelta a Kant, al mismo tiempo que rechazaban el idealismo. 

En cuanto a la fenomenología de Husserl, se puede observar la influencia Kantiana en el intento mismo de recuperar la importancia de la subjetividad en la constitución de la realidad, y en su planteamiento de un conocimiento de las esencias desde una conciencia pura. 

Ya en la actualidad, la ética dialógica de Habermas propone, como Kant, una ética fundamentada en la razón para evitar la dominación y el engaño. Pero la razón no se entiende como razón pura, sino como razón inherente al habla. Así y en referencia a la defensa del estado democrático se hace desde perspectivas neocontractualistas, donde la libertad y la justicia fundamentan los estados. Las diferencias se dan en las distintas funciones del Estado; por ejemplo Nozick justifica que debe defender las libertades de los individuos, Rawls propone la búsqueda de la justicia social y Apel y Habermas proponen el consenso como guía de racionalidad política.

En general, puede decirse que toda filosofía que plantea la posibilidad del conocimiento o de la moral desde la conciencia es deudora del pensamiento kantiano.

1 comentario:

Ignacio L. dijo...

http://abordodelottoneurath.blogspot.com.es/2013/12/otro-problema-en-la-etica-de-kant-hagas.html

Interesante reflexión.